Artículo publicado por El País el pasado día 15 de diciembre.
Colombia vivió ayer un gran día de reconciliación. La fundición de más de 18.000 armas entregadas tras el proceso de desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) fue la guinda de un proceso de paz que terminó el año pasado. La cita fue en la Siderúrgica Nacional, en la ciudad de Sogamoso, al norte de Bogotá.
Las 25 toneladas de metal en que quedaron convertidas las armas serán trasformadas en esculturas que honrarán la memoria de las víctimas de los paramilitares. El dinero recaudado irá al fondo de reparación.
Frente a frente estuvieron víctimas y verdugos. Las primeros, apretaron los dientes y contuvieron las lágrimas para no llorar; los segundos, pidieron perdón y que no los excluyeran. “Ya nunca más volverán a hacer daño a la humanidad”, comentó un periodista local que hizo de maestro de ceremonias, cuando fusiles, ametralladoras y revólveres desaparecieron en el enorme horno eléctrico. La mayoría, fusiles A-K 47, llegaron a Colombia después de ser usadas en los conflictos de Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
“Hay que inclinar la cabeza de vergüenza. Con estas armas se ha profanado la tierra, el conocimiento, la sabiduría, la vida”, señaló el líder indígena Orlando Gaitán, quien viajó desde las selvas del sur para ser testigo de este momento.
Aunque inicialmente se pensó que algunos de los fusiles podían ser usados por el Ejército, finalmente se desechó la idea porque las armas que se utilizaron para crímenes atroces contra los colombianos no podían pasar a las manos de las fuerzas públicas.
El acto estuvo presidido por José Miguel Insulza, secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA), organismo que participó como observador en el proceso de desmovilización de los paras, y uno de los que más insistió en la fundición del armamento.
Eduardo Pizarro, jefe de la Comisión de Víctimas, recordó que “un arma menos, son muchas vidas más”.
Colombia vivió ayer un gran día de reconciliación. La fundición de más de 18.000 armas entregadas tras el proceso de desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) fue la guinda de un proceso de paz que terminó el año pasado. La cita fue en la Siderúrgica Nacional, en la ciudad de Sogamoso, al norte de Bogotá.
Las 25 toneladas de metal en que quedaron convertidas las armas serán trasformadas en esculturas que honrarán la memoria de las víctimas de los paramilitares. El dinero recaudado irá al fondo de reparación.
Frente a frente estuvieron víctimas y verdugos. Las primeros, apretaron los dientes y contuvieron las lágrimas para no llorar; los segundos, pidieron perdón y que no los excluyeran. “Ya nunca más volverán a hacer daño a la humanidad”, comentó un periodista local que hizo de maestro de ceremonias, cuando fusiles, ametralladoras y revólveres desaparecieron en el enorme horno eléctrico. La mayoría, fusiles A-K 47, llegaron a Colombia después de ser usadas en los conflictos de Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
“Hay que inclinar la cabeza de vergüenza. Con estas armas se ha profanado la tierra, el conocimiento, la sabiduría, la vida”, señaló el líder indígena Orlando Gaitán, quien viajó desde las selvas del sur para ser testigo de este momento.
Aunque inicialmente se pensó que algunos de los fusiles podían ser usados por el Ejército, finalmente se desechó la idea porque las armas que se utilizaron para crímenes atroces contra los colombianos no podían pasar a las manos de las fuerzas públicas.
El acto estuvo presidido por José Miguel Insulza, secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA), organismo que participó como observador en el proceso de desmovilización de los paras, y uno de los que más insistió en la fundición del armamento.
Eduardo Pizarro, jefe de la Comisión de Víctimas, recordó que “un arma menos, son muchas vidas más”.
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