Artículo publicado en La Vanguardia el 06/05/18 - Autora: su corresponsal en Dallas, Beatriz Navarro
"Quince
acres con más de 800 expositores, como prometía la Asociación
Nacional del Rifle (NRA)
en la publicidad de su convención anual, son muchos metros cuadrados (unos
15.000) y muchísimas armas, un laberinto por el que desde el viernes y hasta hoy
habrán pasado más de 70.000 estadounidenses extasiados.
En
medio de semejante orgía de fusiles, consumismo, fantasías con forma de
pistola, casetas de tiro con láser y accesorios inverosímiles, un rincón
del centro de convenciones de
Dallas (Texas)
absorbe por unos minutos la atención. Son las cuatro y media de la tarde: es la
hora de la tómbola. “¿Quién quiere llevarse una gorra? ¿Y una pegatina para el
coche?”, pregunta el presentador del stand de Daniel
Defense mientras
arroja los objetos a una multitud alborozada. Pero no están ahí para esas
menudencias. “¿Quién quiere llevarse este rifle?”, pregunta al fin el vendedor,
exhibiéndolo con el brazo en alto. “Este regalo no lo puedo tirar, jeje”, ríe.
Comienza la rifa y se hace el silencio mientras el público busca su número en
las tarjetas que han cogido al visitar el stand. Al segundo intento, ¡bingo!
“¡Tenemos un ganador!”, celebra el presentador mientras el público se dispersa,
sin esperar a conocerlo.
Hay mucho por ver y decenas de rifas más para ganar armas, sorteos además no presenciales (“se lo enviamos a casa”, prometen mientras registran el e-mail). Para la NRA, su 147ª reunión anual es más que una feria de armamento, conciertos de countryo seminarios para ponerse al día sobre cambios legales. Quiere ser “una demostración de fuerza de la segunda enmienda”, se lee a la entrada de la convención, a la que La Vanguardia asistió como visitante, ya que la asociación sólo acredita a prensa estadounidense.
“Ojalá los medios extranjeros
hablaran menos de unos pocos tipos malos que tenemos y se fijaran más en
nuestros héroes”, deseó el viernes el presidente de EE.UU., Donald Trump. Uno de
ellos es Stephen
Willeford, el hombre que en noviembre pasado cogió su fusil y disparó a
un hombre que acababa de matar a 25 personas en una iglesia de Sutherlands Springs (Texas)
para frenar su mortal propósito. Willeford, socio de la NRA, se enzarzó en un
tiroteo en coche con el agresor. La policía lo encontró con tres heridas de
bala, una letal en la cabeza, al parecer autoinfligida. “Tenía armas, por eso
salvó vidas”, celebró el gobernador de Texas, Greg Abbott, poco antes del discurso de
Trump, que habló ante 10.000 admiradores desarmados. Aunque, como en todo
Texas, en el resto de actos y espacios se podía llevar armas en público, allí
los servicios secretos impusieron su criterio.
Creada en 1871 por un grupo de soldados para mejorar las
habilidades de la población para manejar armas, durante un siglo funcionó como
una asociación de aficionados al tiro y la caza, pero ha derivado en un
poderoso lobby que defiende una interpretación absolutista de la segunda
enmienda. “No puedes ceder en nada. Nunca tendrán suficiente, van a querer más
y más. Lo siguiente será confiscar todas las armas a los ciudadanos de bien.
Los malos tipos siempre las van a encontrar”, defiende a la salida de la feria
un jubilado llegado de Massachusetts.
La NRA, que asegura tener 5
millones de socios (el 1,5% de la población total de EE.UU.), ha hecho suya la
misión de crear esas “milicias bien armadas” de las que habla el famoso pasaje
de la Constitución estadounidense, aunque a menudo se olvide que afirma que
deben estar “bien reguladas”. La feria es el momento de otear material,
acariciarlo, sostenerlo, probarlo, aunque no puedan comprarlo (sólo se permite
la venta de munición y accesorios).
Todo se publicita con la misma
alegría, banalidad y las mismas técnicas de marketing que para vender cualquier
otro artículo de consumo.
El ambiente es festivo, mayoritariamente blanco y
masculino. Hay pandillas de amigos, mujeres y familias con niños, bebés y
adolescentes a los que les brillan los ojos al levantar el último grito en
rifles automáticos o al encontrar el accesorio perfecto para customizar sus armas.
Proclamas patrióticas, banderas y un aroma de libertad presiden los stands, no
sólo por la degustación de Black Rifle Coffee. “Libérate del cinturón”, dice la
publicidad de una cinta de encaje para ocultar armas de la marca Femme Fatale,
que también vende corpiños, ligueros y bolsos al mismo efecto.
Vídeos con operaciones
especiales en bosques o ciudades ilustran las fantasías de los asistentes, que
pueden desde elegir un safari o un curso de tiro familiar, a contratar un
taxidermista o comprar un kit de primeros auxilios. Entre las novedades, los
polémicos silenciadores, la pistola con forma de móvil o las flechas con
tracker o bluetooth. Unos puestos más allá, un producto que año tras año gana
notoriedad: las carteras blindadas para escolares. “Nuestro negocio es la
seguridad, señora”, dice el vendedor."
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